Revertir la maldición I – El comienzo

“Dios vio todo lo que había hecho y era muy bueno” (Génesis 1:31a).

“…Maldita serás entre todos los animales…Maldita la tierra…” (Génesis 3:14a, 17b).

Dios creó el orden, la vida y la luz de una tierra caótica, inanimada y oscura. Por acto divino, la vida surgió de la nada, la luz apareció en la oscuridad y el orden reformó el caos. La oscuridad vacía y sin forma se convirtió en una realidad ordenada, empapada de luz y llena de vida.

Dios creó un jardín en esta tierra (Edén) donde reinaban la vida, la comunidad y la paz. Lo que creó fue “muy bueno”. Y Dios descansó en la creación, disfrutando de su mundo y deleitándose en su pueblo. La creación estuvo llena de paz o shalom (en Hebreo).

La historia del Génesis, sin embargo, pasa de la paz a la violencia, de la comunidad a la sospecha, de la vida a la muerte. El caos entra en la experiencia humana, el mal crece en el seno de la libertad y la muerte humana se convierte en una realidad en la tierra buena que Dios creo.

La transición del shalom al caos, iniciada por el deseo humano de autonomía, es a lo que me refiero con “maldición”. Dios usa este lenguaje cuando se dirige a la serpiente y al hombre en Génesis 3. La serpiente está maldita (3:14b) y la tierra está maldita (3:17b).

Este no es lenguaje científico. Es una metáfora de la expansión del caos en la buena creación de Dios. Es una metáfora del quebrantamiento, del vandalismo del shalom (como lo llama Cornelius Plantinga). Es un desvío del propósito divino de vida, paz y comunidad hacia la muerte, la violencia y la tiranía. La maldición de Génesis 3 anticipa la espiral humana hacia la inhumanidad en los capítulos 3-11. La humanidad, diseñada para ser la imagen (representar) de Dios en el mundo como gobernantes en su buena creación. Por el contrario, la humanidad por sus ojos crearon ídolos  que podían alcanzar los cielos y crear un nombre para ser famosos ellos mismos. (Génesis 11:4). La humanidad se convirtió en su propia maldición mientras vivía en un mundo roto.

La maldición, o el quebrantamiento, se representa una y otra vez en el drama humano. Es una historia de muerte, destrucción y deshumanización. En lugar de ser la imagen de Dios, la humanidad creo sus propias imágenes para adorar. Sus imágenes no son meros ídolos de madera y piedra, sino superestructuras de codicia, poder y genocidio. Derramaron sangre inocente. Construyeron palacios a costa de los pobres. Tomaron el poder para el beneficio de ellos mismo. La humanidad alcanzaría el poder y la riqueza a través de la violencia y la codicia.

Esta es la condición humana. Se ha vuelto natural para los seres humanos, prácticamente su “segunda naturaleza”. Aunque los humanos están diseñados para el bien: la paz, la comunidad y la alegría, están deformados hacia el mal: la violencia, la tiranía y la angustia.

Pero la gracia de Dios no nos deja en nuestro dolor y esclavitud. Más bien, Dios actúa para redimir, restaurar y renovar. Lo vemos en Génesis. Adán y Eva tienen hijos, Dios llama a Abraham para que bendiga a todas las familias de la tierra, y Dios guarda para sí un pueblo que bendecirá a toda la tierra. Dios renueva la faz de la tierra con su gracia.

Mi escena favorita en La Pasión de Cristo de Mel Gibson es cuando Jesús, cargando la cruz, cae de rodillas debido a el peso. Su madre corre hacia él y sus ojos se cruzan. Con sangre corriendo por sus mejillas y sosteniendo el símbolo del poder y la violencia romana, Jesús dice: “He aquí, Madre, yo hago nuevas todas las cosas”.

Esta es la promesa de Dios. Será el acto escatológico de Dios en la nueva creación, en los nuevos cielos y la nueva tierra. Allí el viejo orden habrá pasado y la voz de Dios declarará: “Yo hago nuevas todas las cosas” (Apocalipsis 21:5a).

Se acerca el día en que “no habrá más maldición” (Apocalipsis 22:3). No habrá más oscuridad. La gloria de Dios llenará de luz la tierra. No habrá más violencia. Las naciones recibirán sanidad y caminarán a la luz de Dios. No habrá más muerte, ni luto ni lágrimas. El Árbol de la Vida y el Agua de la Vida nutrirán al pueblo de Dios para siempre.

Se acerca un día en que la maldición será revertida, revocada y rescindida.

“Ya no habrá muerte, ni llanto, ni llanto, ni dolor” (Apocalipsis 21:4b)

“Ya no habrá más maldición” (Apocalipsis 22:3a).

[Translated by David Garcia]



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