Revertir la maldición II – Israel

“Toda la tierra de Canaán, en la que ahora eres extranjero, te la daré a ti y a tu descendencia después de ti en posesión perpetua; y yo seré su Dios” (Génesis 17:7-8).

“[Yahweh] nos trajo a este lugar y nos dio esta tierra, tierra que mana leche y miel” (Deuteronomio 26:9).

Cuando la tierra fue contaminada por la maldad humana, Dios la limpió con agua. Cuando la tierra fue contaminada nuevamente por la arrogancia humana que crearon ídolos, Dios eligió a Abraham y a sus descendientes para ser herederos del cosmos (Romanos 4:13). Dios les proporciono tierra, y allí Dios habito entre ellos como su Dios y ellos serian su pueblo.

Al darle a Abraham la tierra de Canaán, Dios tenía la intención de que a través de Abraham todas las naciones de la tierra fueran bendecidas y que toda la tierra quedara bajo el reinado de Dios. No había ninguna intención de dejar a el resto del cosmos bajo el dominio del mal. En cambio, Dios redimiría toda la tierra –todas las naciones y el cosmos mismo– a través de la simiente de Abraham.

Como promesa del futuro y experiencia de la nueva creación misma, Dios le dio a Israel una tierra fértil “que fluye leche y miel”. La tierra misma era un anticipo de los cielos y la tierra nuevos, un anticipo de una creación renovada.

Israel, en su tierra fértil, era el reino de Dios en un mundo quebrantado. Dios invirtió su amor y sus dones en ellos para que pudieran ser testigos a las naciones con el fin de llamarlas a la comunión con Yahweh, el rey de la tierra. Debían cuidar la tierra y sus animales con amor mayordomo, amarse unos a otros y amar a Dios con todo su corazón, alma y mente. Dios les dio la Torá para guiarlos, sacerdotes para mediar en su redención, profetas para exhortarlos y jueces para proteger a los débiles.

Israel era, en efecto, una nueva creación; un nuevo comienzo del intento creativo de Dios; una luz en la oscuridad. Había un sacerdocio real redentor a través del cual Dios obraría para promover su reinado en la tierra “maldita”.

Pero….

“Yo los traje a una tierra fértil, para que comieran de sus buenos frutos. Pero ustedes vinieron y contaminaron mi tierra; hicieron de mi heredad algo abominable” (Jeremías 2:7).

“Miré a la tierra, y estaba desordenada y vacía; y a los cielos, y su luz se había ido… Miré, y no había pueblo… Miré, y la tierra fructífera era un desierto…” (Jeremías 4:23, 25a, 26a).

Por desgracia, Israel profanó la tierra y se volvió hacia otros dioses. Como sus antepasados, como Adán y Eva en el huerto. Ellos eligieron su propia autonomía por encima de la invitación divina a participar en el reino de Dios. Se escogieron como gobernantes de la tierra –o al menos de su parcela de tierra– en lugar de reinar con Dios y servir sus objetivos para el bien de las naciones y la creación.

Con esta contaminación, Dios devolvió la tierra –lo que fue diseñado como un nuevo Jardín (Edén, Joel 2:3) sobre la tierra– al caos, la oscuridad y la muerte. El lenguaje de Jeremías es bastante sorprendente. Las únicas dos veces que la Biblia hebrea usa los términos “sin forma y vacío” son en Génesis 1:2, que describe el cosmos antes del orden creado por Dios, y Jeremías 4:23, que describe la tierra prometida después de la contaminación de Israel. La herencia divina ya no era “fructífera” sino un “desierto”.

Esta es una reversión de la creación. Ésta es la naturaleza de la “maldición”. Es un regreso al caos, la oscuridad y la muerte. Dios prometió que maldeciría sus rebaños, su tierra y su prosperidad si contaminaban su tierra, rechazaban la misión que les había asignado y se rebelaban contra la justicia de Dios (Deuteronomio 28:15-68).

Israel, llamado a revertir la maldición y vivir una nueva vida dentro de un mundo quebrantado, eligió el caos sobre la creación, el mal sobre el bien y la oscuridad sobre la luz. Como resultado, experimentaron lo que experimentó la pareja original: su existencia en el Jardín se convirtió en un desierto lleno de quebrantamiento, una realidad maldita.

Mientras tanto, la maldición continuó consumiendo la tierra (Isaías 24:6). El mundo yace bajo el poder del mal, vive en la oscuridad y está lleno de caos.

Pero la esperanza no murió porque Dios anhela a su pueblo, lo ama y no renuncia a su creación.

“‘He aquí, yo crearé cielos y tierra nuevo’… Me alegraré en Jerusalén y me deleitaré en mi pueblo; no se oirá más en ella sonido de llanto ni de clamor… El lobo y el cordero pacerán juntos, el león comerá paja como el buey, pero el polvo será el alimento de la serpiente. ” (Isaías 65:1a, 3, 25a).

“El Señor será rey sobre toda la tierra. En aquel día habrá un Señor, y su nombre será el único nombre” (Zacarías 14:9).

Dios tiene la intención de renovar los cielos y la tierra que creó; para crearlos de nuevo. Aún revertirá completamente la maldición. Su intención es eliminar el llanto y la violencia, incluso la violencia entre animales. Él revertirá lo que la serpiente inauguró con sus tentaciones y derrotará a la serpiente misma. Shalom reinará en toda la tierra; el reino de Dios llenará toda la tierra.

Israel no era la última ni la mejor esperanza de la creación. Fue un proyecto divino; una renovación de la misión divina para los humanos como representadores de la imagen de Dios para cogobernar la creación y cocrear el futuro con Dios. Era una manera de que Dios efectuara la renovación de la tierra mediante la participación humana. Tuvo sus éxitos, pero también sus lamentables fracasos, ya que la humanidad siguió buscando su propio interés en lugar de participar en la vida de Dios.

Israel no era la última ni la mejor esperanza de la creación. Dios es la esperanza del cosmos. Dios actuará. Dios redimirá. Dios creará. Y Dios cumplirá sus promesas a Israel.

Dios encarnado, la simiente de Abraham, traerá luz a las tinieblas e iluminará al mundo. Dios encarnado, Jesús de Nazaret, es la última, mejor y única esperanza de la creación.

[Translated by David Silva]



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