Revertir la Maldición VI – La Iglesia Primitiva (Pablo)

Hay muchos textos donde se podría iluminar el tema de esta serie en Pablo. He elegido Colosenses 1.

El lenguaje del Reino no es tan frecuente en Pablo como en los Evangelios, pero sin embargo es parte de la sustancia de su perspectiva teológica. Para Pablo el reino es tanto presente como futuro; es una realidad, pero irrumpiendo progresivamente en el mundo a medida que el cosmos avanza hacia su consumación (renovación). Esta tensión ya/aún no es la dinámica en la que los creyentes buscan una vida digna del evangelio. Su búsqueda de esa vida se basa en la gracia del acto redentor de Dios en Cristo y es posible por el poder del Espíritu. Este es, en parte, el punto de Colosenses 1.

“ para que vivan de manera digna del Señor, agradándole en todo. Esto implica dar fruto en toda buena obra, crecer en el conocimiento de Dios y ser fortalecidos en todo sentido con su glorioso poder. Así perseverarán con paciencia en toda situación y con mucha alegría darán gracias al Padre. Él los ha facultado para participar de la herencia de los creyentes en el reino de la luz.Él nos libró del dominio de la oscuridad y nos trasladó al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención y perdón de pecados”(Colosenses 1:11-14).

En los últimos años ha sido bastante problemático hablar de vivir una “vida digna del Señor” como si esto fuera una negación de la gracia y una aceptación de la justicia por las obras. La gracia puede convertirse en un derecho a una recompensa o, en el peor de los casos, en una licencia para el egoísmo. Pero, por supuesto, la gracia tampoco pretende serlo. Más bien, la gracia es empoderamiento para convertirnos en aquello para lo que Dios nos creó; es el poder de llegar a ser la imagen de Dios. La gracia no es sólo el perdón de los pecados sino también la fuerza para “vivir una vida digna del Señor”.

Esa vida es vida del reino; es luz en la oscuridad. Está lleno de buenas obras, intimidad con Dios, paciencia y gozosa gratitud. Esta es la vida que refleja el reino de la luz. Las personas gobernadas por el reino de la gracia irrumpen como luz en un mundo dominado por el reino de las tinieblas.

La redención, de hecho, no es sólo el perdón de los pecados, sino también un rescate del reino de las tinieblas. Esto no sólo incluye la liberación de la culpa y el poder del pecado, sino que es una liberación para una vida que encarna la realidad del reino de Dios en el mundo. La salvación no es simplemente una negación del pasado (perdón de los pecados pasados) y un borrón y cuenta nueva para el presente, sino también un empoderamiento positivo para vivir una “vida digna del Señor”.

“Porque agradó a Dios habitar en él toda su plenitud, y por él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en el cielo, haciendo la paz mediante su sangre derramada en la cruz. Una vez ustedes estaban alejados de Dios y eran enemigos en sus mentes debido a su mal comportamiento. Pero ahora los ha reconciliado mediante el cuerpo físico de Cristo, mediante la muerte, para presentarlos santos delante de él, sin mancha y libres de acusación…Este es el evangelio que ustedes han oído….” (Colosenses 1:19-22, 23b).

Esta liberación se logró por la acción de Dios en Cristo. Este acto es a la vez encarnación (Dios morando somáticamente en la oscuridad y viviendo una vida en el reino) y pasión (derramamiento de sangre y muerte física). Este es el evangelio, escribe Pablo. Dios actúa a través de Jesús “para reconciliarse con todas las cosas”.

La reconciliación, destacada en este texto, es un tema que ilumina el significado de la salvación como reversión de la maldición. La “maldición”, incluidas las consecuencias del pecado en el mundo, es el estado de alienación presente en el cosmos. Es alienación entre Dios y la humanidad: éramos enemigos y estábamos ante Dios acusados ​​por el acusador. Es una alienación entre el cielo y la tierra, mientras todavía oramos para que la voluntad de Dios se haga en la tierra como en el cielo.

La reconciliación es una tarea cósmica con un objetivo cósmico. El reino de Dios traerá paz al cosmos, tanto al cielo como a la tierra. Esto implica la presentación de los creyentes como santos e irreprensibles como una realidad escatológica, nuestra perfección cuando Jesús regrese. También implica la renovación de la creación misma, una liberación de la creación de su esclavitud a la decadencia (Romanos 8:20-21). Implica la unión del cielo y la tierra en el gozo y la paz gloriosos que Dios, a través de Jesús en el poder del Espíritu, promulga para la creación.

“Este es el evangelio que ustedes han oído”, escribe Pablo. El evangelio es un acto divino; es lo que Dios hace. Dios reconcilia. Y lo que hace, lo hace a través de Jesús. El evangelio, entonces, es teocéntrico. Proviene de la iniciativa y del amor del Padre (“agradó…). El evangelio también es Cristo céntrico en términos de sus medios o instrumentalidad; Dios reconcilia a través de Jesús. La buena noticia (“evangelio”) es que Dios ha actuado y continúa actuando para reconciliar, para traer paz. Este Shalom no es algo reservado para la vida interior de los corazones humanos, por muy significativa y bienvenida que sea, ni siquiera entre los propios seres humanos, tan necesaria en nuestro mundo destrozado, sino que también es un regalo para la creación misma que gime por ser liberada del peso de la maldición.

La reconciliación cósmica –shalom tanto en el cielo como en la tierra– es una buena noticia para la creación quebrantada de Dios.

“Ahora me regocijo en lo que padecí por ustedes, y completo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo, por su cuerpo, que es la iglesia… para presentar a todos perfectos en Cristo. Para esto trabajo, luchando con toda su energía, que tan poderosamente actúa en mí” (Colosenses 1:24, 28b-29).

La reconciliación cósmica es un proyecto divino. Dios lo inició. Dios lo preserva. Dios le da poder. Pero, sorprendentemente, nos llama a participar de su historia redentora y reconciliadora.

El lenguaje de Pablo aquí es bastante chocante al menos en dos sentidos, pero refleja el interés de Dios en nuestra participación en su proyecto.

Primero, el propio sufrimiento en la carne de Pablo por los hermanos en colosenses suple lo que “falta” en el propio sufrimiento de Cristo en la carne. Éste es un dicho bastante incómodo de aceptar. ¿Es el propio sufrimiento de Cristo de algún modo insuficiente? ¿Qué le falta? Si pensamos en el sufrimiento de Cristo como un movimiento hacia la reconciliación efectiva, Pablo participa en ese movimiento a través de su propio sufrimiento. Así como Cristo sufrió por su iglesia, así también Pablo sufrió por el cuerpo de Cristo (Colosenses 1:24 describe el sufrimiento de ambos como “por” los creyentes, usando la misma palabra). Pablo sufre por la paz cósmica; ministra como agente de reconciliación. De esta manera Pablo participa del proyecto divino.

Su sufrimiento y el sufrimiento de Cristo están comprometidos con el mismo objetivo y, por lo tanto, el sufrimiento de Pablo llena lo que falta en el sufrimiento de Cristo. ¿Pero exactamente qué podría ser eso? Pablo continúa el ministerio de Jesús; continúa el ministerio de reconciliación que Dios inauguró en Jesús al estar cimentado y preservado por su poder. Este ministerio reconciliador aún no ha terminado; continúa a través de los creyentes. Los creyentes son el cuerpo de Cristo en el mundo; ellos son Jesús en el presente. Son las manos y los pies de Jesús, y el ministerio reconciliador continúa a través del cuerpo terrenal de Cristo. Sufrimos por el bien de la reconciliación. Buscamos la paz incluso cuando los pacificadores son objeto de burla, persecución y despido.

En segundo lugar, el objetivo de Pablo al sufrir y ministrar dentro del cuerpo de Cristo es que “presentarlos perfectos en Cristo”. Pablo usa la misma palabra en Colosenses 1:28 que usó en Colosenses 1:22, es decir, “presentar”. En el primer texto, Pablo dice “nosotros… presentamos”, pero en el último texto es Dios quien “presenta”. Dios presentará a su pueblo santo e irreprensible en el futuro escatológico, pero esta presentación es algo en lo que participamos como ministros de la reconciliación. Proclamamos el evangelio, practicamos el evangelio y vivimos dignos del evangelio para poder presentar a otros a Dios “perfectos” y santos.

Servimos a los demás por el bien de la reconciliación y la paz. Este es el ministerio de la iglesia. Es el ministerio de Jesús. Esta es una reversión de la maldición; es el reino de la gracia, la luz y la paz. Cuando Dios reina en el mundo, la paz lo impregna. Cuando Dios reina en su cosmos, todas las cosas en el cielo y en la tierra se reconcilian con Dios.

Éstas son las buenas nuevas del reino de Dios. Dios está obrando, a través de su pueblo y de otras maneras, para revertir la maldición y traer shalom al cosmos.

[Translated by David Silva]



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